Cada fumador tiene una relación diferente con el cigarrillo. Leé acá y enterate cuál sos.
“En todos lados te discriminan por fumador, me tienen cansado”
Te sentís discriminado y te fastidia que a alguien le moleste el humo porque, en definitiva, hay más humo y contaminación en la calle. Además no crees que fumar enferme y, en todo caso, “de algo hay que morirse, no?”.
Te molesta que en los restaurantes el sector fumador sea siempre el peor ubicado y, si alguien abre una ventana para ventilar, te molesta. Considerás fundamentalistas a los ex fumandores y jurás que, cuando dejes de fumar, nunca vas a insistirle a otro que no fume en tu presencia.
Tal vez tengas un nivel adictivo elevado y hayas vivido muchos años creyendo que es imposible dejar de fumar. Crees que, si dejás de fumar, no vas a poder controlar la ansiedad y te vas a volver un “monstruo”. Hoy tenés esta máscara de enojo que sirve para disimular temores y miedos a dejar la adicción. Pero tranquilo, cuando dejes de fumar vas a recordar todo esto y vas a reírte de tu exageración.
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“Fumo a escondidas por que me da verguenza”
Hace un tiempo dejaste de fumar y tu familia te apoyó, pero volviste a acercarte al cigarrillo de a uno, creyendo que podías controlarlo (y no fue así). Hoy, para no decepcionar a tu círculo cercano, fumás a escondidas en cada oportunidad que podés.
O también dejaste de fumar por una internación hospitalaria cardíaca. Pero cuando volviste a tu casa, ante la primera desesperación y situación de ansiedad, recaíste en la adicción. Al final, llegás al mismo lugar: fumando a escondidas para no fallarle a tu familia.
Un fumador culposo como vos no puede admitirse a sí mismo que fuma. Es como si tuvieras una doble vida. Sabés que debés y necesitás dejar de fumar, pero te considerás un caso perdido. ¡No es así! Simplemente nunca tuviste el asesoramiento profesional indicado para enfrentar tu adicción.
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“Estoy harto de fumar y no sé cómo dejar”
Fumas y mucho. Pero registras todos y cada uno de los aspectos negativos de fumar. Te molesta el olor, vivís lavando ceniceros, ventilando habitaciones, aireando la ropa y lavándote las manos aunque estés solo. Sabés que el cigarrillo no te hace bien, te quita energía y capacidad respiratoria; y por eso intentas fumar lo menos posible.
No te gusta tu imagen de fumador, odias tirarle el humo a los demás y evitas hacerlo como sea. Inclusive en tu propia casa fumás en lugares escondidos e insólitos.
Para vos, fumar es una tortura. Y dejar el cigarrillo y la adicción va a ser un alivio increíble.
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“Volví a fumar sin darme cuenta”
En realidad, no querés fumar. Alguna vez dejaste de fumar durante varios años, te liberaste de la adicción y sentiste y disfrutaste de los beneficios de vivir sin cigarrillo. Pero un día de debilidad, frente algún problema o para festejar algo, aceptaste un cigarrillo. O dos. Así, reactivaste tu adicción y ahora fumás porque tus neuronas piden nicotina, no porque realmente lo desees.
Este es un caso clarísimo de adicción física: vos no querés fumar, pero tu cuerpo te lo pide.
Al encender un cigarrillo después de meses o años sin fumar, se reactiva la inscripción cerebral para la nicotina que se había archivado durante la abstinencia. Eso explica tu actual dependencia. Generalmente el fumador arrepentido, como vos, no entiende lo que le ocurre, siente que es incoherente e ilógico. Vive enojado porque sabe que fumar ya no va más con él, pero no puede dejarlo. En los tratamientos, es el primero que experimenta más felicidad cuando vuelve a dejar el cigarrillo. Además su aporte es muy valioso: al haber dejado anteriormente y haber experimentado lo que se siente no fumar, es el primero en contarlo y motivar al resto del grupo.
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“Me encanta fumar, no sé qué haría sin el cigarrillo”
Sabes que tenés que dejar de fumar, pero fumar te genera un placer enorme. Es tu compañero fiel. Está ahí, al alcance de tu mano. Te reconforta cuando lo necesitas”. Te identificas con frases como “El cigarrillo es mi compañero, no sé qué haría de mi vida sin él”. “Si tengo que ir a una reunión familiar donde no puedo fumar, prefiero quedarme en casa”. Si alguna de (¡o todas!) estas frases te suenan, entonces sos el enamorado.
Lo que crees, la ideología, en realidad está exacerbado por una problemática personal. El “placer” que brinda un cigarrillo después de horas sin fumar no es más que la satisfacción de la necesidad física, como la de comer cuando se tiene mucha hambre. El cigarrillo, en estos casos, no es más que un “mal amor”, un amor que no conviene pero del que nos cuesta separarnos. Al dejar de fumar, generalmente se descubre que se pueden satisfacer esas necesidades de otra manera o con otras personas o actividades. Se puede encontrar algo más saludable que apasione.
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“No soy el mismo jugando al futbol, me canso”
Fumás y practicas deportes. Fuiste deportista, muy atlético y te encanta que tu cuerpo rinda al máximo. Si tenés menos de 40 o 50, no sentís esos impedimentos físicos que te da el cigarrillo. Pero si ya cruzaste esa barrera, es probable que sí (¡e inclusive, te haya sorprendido!). Cuando un chequeo médico o una señal física revelan que existe un problema, sos el primero en cuestionar tu adicción. Y a veces debés elegir entre fumar o seguir con la actividad física porque ambas, juntas, sobrecargan tu capacidad cardiovascular.
Fumar es incompatible con la vida sana y el entrenamiento que exige la práctica habitual de cualquier deporte. Como buen deportista, sabés que tarde o temprano vas a tener que enfrentarte en a esa decisión. A determinada edad, el cuerpo no tolera la convivencia entre el cigarrillo y el entrenamiento intenso; es una sobrecarga al organismo. Al dejar de fumar, mejora notablemente el rendimiento físico y eso se nota de inmediato.
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“Cuando fumo es como mi momento especial”
Generalmente, muy propio de las mujeres. Fumás poco y tenés tus cigarrillos contados: seis o siete, bien repartidos, que se encienden en momentos precisos del día: después del desayuno, con el primer café en el trabajo, después de la cena y el almuerzo, antes de acostarse. Cada cigarrillo representa un ritual, una ceremonia íntima, casi secreta. Es una costumbre, una rutina de la que te cuesta mucho desprenderte. Como fumás poco, tardas en sentir los efectos del tabaco.
Varias veces intentaste dejar y no pudiste. Tampoco logras bajar la dosis. Estás pegadisima a esos seis o siete cigarrillos, que tienen un significado especial. Aunque es difícil de refutar el argumento de que fumás por placer, igual sos adicta a la nicotina. Pedís ayuda porque sabés que ninguna dosis es inocua, y también porque querés dejar.
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¿Te sentiste identificado con uno o varios tipos?
Es probable. Muchas veces son combinables y es posible tener rasgos de varios fumadores a la vez. Pero más allá del tipo que seas o tu edad, cualquier puede dejar de fumar si entiende qué le ocurre y que es adicto a la nicotina. La adicción se puede resolver con la preparación y el acompañamiento necesarios. No importa si fumas cinco o sesenta cigarrillos por día, nosotros te podemos ayudar.